Pero en realidad ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno individualmente se afane por tomar a este caos por una unidad y hable de su yo como si fuera un fenómeno simple, sólidamente conformado y delimitado claramente: esta ilusión natural a todo hombre (aun al más elevado) parece ser una necesidad, una exigencia de la vida, lo mismo que el respirar y el comer.
–Herman Hesse en El Lobo Estepario
…
«Cuando sea grande quiero ser médico como mi papá… o maestra como mi mamá… o arquitecto como mi tío…». En épocas anteriores, y también gran parte de la actual, nuestro destino laboral y académico estaba principalmente influenciado por la actividad que realizaban nuestros familiares, quienes representaban nuestro mayor punto de influencia y fuente de adquisición de conocimientos. A todo esto debemos sumar lo adquirido en la vida escolar y cómo ésta ofrecía una alternativa a cuestionar nuestros verdaderos intereses, enseñándonos realidades distintas a las vividas por nuestro entorno familiar. En un menor grado, pero igual de importante, nuestro entorno, y con él nuestros amigos y conocidos, también otorgaron en algún momento algún factor decisivo para llegar a donde estamos ahora. Todos estos grupos tienen algo en común: Están íntegramente asociados a nuestras vidas por un contacto directo, en un mismo entorno, en una misma realidad predeterminada mayoritariamente por nuestra situación geográfica y realidad cultural directa.
Actualmente esta barrera geográfica ha sido vencida por la globalización de la comunicación que otorga la tecnología (y el conocimiento masivo de ésta), especialmente a través de Internet como herramienta informativa, haciendo accesible un sinfín de conocimientos a sólo un click de distancia y, más importante aun, el acceso a la información ya no está limitado al poder adquisitivo de unos pocos capaces de viajar o pagar más para encontrarlo. Este hecho es de significativa importancia en países en vías de desarrollo, donde los escasos recursos de la población no permiten acceder en muchos casos a textos actualizados, o a poder realizar intercambios culturales con países de mayor progreso.
Otro producto de este fenómeno es la optimización del tiempo. Al conseguir lo que queremos saber de una manera rápida y sencilla (en comparación con los métodos tradicionales), podemos aprovechar el tiempo restante para descubrir, por nosotros mismos y con nuestra propia jerarquía de importancia de la información, otras áreas de nuevos intereses; este hecho saca a la luz de que ahora, más que nunca, tendemos a hacer crecer nuestros conocimientos a través de una cadena de pensamientos asociativos; por ejemplo, ahora leo sobre la multiplicación maya, lo que me hace cuestionar sobre la cultura maya, lo que a la vez me hace cuestionar sobre las culturas en el norte de latinoamérica, lo que me hace cuestionar sobre la diferencia entre la cultura latinoamericana con la europea… todo disponible en un mismo sitio, sin necesidad de trasladarse físicamente para los «conocimientos extras». Entonces, no sólo conseguimos lo que queremos saber de una manera rápida y efectiva, sino que además lo enriquecemos de acuerdo a nuestros propios intereses. ¿Dónde está la ventaja de esto? De que al crear nosotros mismos nuestra cadena de conocimientos (a diferencia de medios de comunicación como la TV que ya propone un orden concreto de datos), nuestro propio puzzle de información, lo que incentiva a la creación de nuevas ideas es mucho más que lo que sería teniendo un sistema lineal de compilar datos (como la enseñanza en la escuela donde el alumno básicamente aprende sólo de los textos que le da el profesor), limitado por la disponibilidad del material.
Lo que ocurre con esto es que cada vez más existen personas que se dan cuenta que el ser humano no está hecho para saber una sola cosa y especializarse sólo en eso, sino que somos una telaraña de intereses que, así como utilizamos tan solo el 2% de nuestra capacidad cerebral, abre un enorme camino de nuevas posibilidades, perdiendo la idea de un área de conocimientos única. Nos interesamos mucho más sobre música, arte, psicología, cocina, ciencias, medicina, física, el espacio y relaciones sentimentales, todo al mismo tiempo, todo accesible de la misma manera y sin el temor de sentir que se está gastando una cantidad enorme de tiempo accediendo a estos datos. Conocemos más estilos musicales, más técnicas artísticas, más maneras en las que la gente se relaciona una con otra, etcétera.
Pero como todas las cosas también esta situación puede derivar en un problema, que ocurre en el hecho de seccionar la atención de manera extrema a «detalles» que podrían hacernos perder la concentración en lo que se está asimilando en un momento determinado. Vendría a ser como interrumpirnos a nosotros mismos constantemente, haciendo que nos alejemos de nuestro objetivo principal y «vayamos por las ramas». Entonces, ¿cuál es la solución? ¿Es entonces malo tener tanto acceso a información? ¿Existe un límite en donde tengamos que decir «basta»?
Personalmente pienso que el secreto está en tener siempre en cuenta cuál es el objetivo principal de lo que se está haciendo, medir el tiempo y administrarlo de una manera efectiva. Por ejemplo algo que aprendí a hacer (ya que para mí es realmente un problema no querer «adentrarme» en los detalles) es tener una pequeña libreta de apuntes, o un archivo de texto en donde pueda apuntar todas mis dudas; de esta manera no se pierde la curiosidad que ha surgido, buscando un mejor momento que no comprometa la concentración de la «misión» principal.
No desestimemos la curiosidad, porque ella es la que nos hace los maravillosos seres únicos que somos. Aprendamos a ser «curiosos resposables» y a administrar de manera óptima el tiempo. El resto ya depende de nosotros mismos.